Al taxista lo conocemos todos. Nos fue presentado a todos casi al mismo tiempo y de la misma manera: “este es el hombre que intentó entregarme a mis secuestradores”...o algo parecido!  Así se nos presenta este taxista mediante el escrache de una joven que, asustada y confundida, interrumpe su viaje, se baja corriendo, y esa misma madrugada expone (con un relato de características histriónicas llamativas) en las redes sociales, que se salvó milagrosamente de ser secuestrada.

La confusión fue despejada, unos días más tarde, cuando el taxista se presenta en Fiscalía, y pone a disposición de la Justicia, su persona y su teléfono móvil. Por supuesto la denuncia fue desestimada. Para entonces, el hombre en cuestión ya había sido víctima de calumnias y difamación, delitos que atentan contra la dignidad de su persona. No sólo por parte de la joven, sino también de todos los que se sumaron en compartir el video, darle “like” y agredir con sus comentarios.

Las redes sociales permiten este tipo de denuncias públicas, a las que socialmente se han denominado “escrache”; que se realizan antes de las denuncias formales en la Justicia, e incluso, sin haber denuncia formal. Permiten exponer a una persona, acusarla de absolutamente cualquier cosa, sin necesidad de probar que así sea. 

El escrache es el emergente de una sociedad individualista, poco empática, y casi para nada justa e igualitaria. 

Surgió como modo de reclamar Justicia en casos donde las pruebas sobraban y hasta había condenas ya establecidas. Pero se convirtió en un modo de descargo previo a las denuncias formales, y como dije antes, en muchos casos sin darle si quiera a la Justicia la posibilidad de determinar la culpabilidad o no, de una persona o grupo. 

¿Pero cuál es el costo del escrache? Y ¿Quién lo paga?

La RAE no reconoce el término “escrache”, pero si “escrachar” que significa :romper, destruir, aplastarQuizás ustedes hayan quedado tan soprendidos como yo, al toparse con esta definición. Y es que tengo que admitir que con total exactitud ha sido tomado el término, y empleado en estos casos.

El término denota marcada violencia. Escrachar sin pruebas a una persona es un acto violento. Destruir el honor es violencia. Denunciar pública y falsamente es violencia. En un escrache una persona es públicamente rota. Destruida su reputación, su fama. Puede ser aplastada su familia, su economía, su trayectoria en unos pocos minutos.

Nótese además la proximidad fonética entre "escrache" y "escarnio". La misma proximidad que hay entre el escrache y la vergüenza.

Es fácil sentarse detrás de un teclado, y escrachar. O prender una cámara y escrachar. No es difícil entender que el costo no lo paga quien así lo hace. El precio es alto, y el pago corre únicamente por cuenta de la víctima.

Mientras escribo no puedo dejar de pensar en una de las modalidades del bullying: destruir la imágen social de un niño/a al punto de que este sea luego rechazado por todos los demás; con las consecuencias psíquicas que esto conlleva. Todo esto amplificado por el alcance global de internet, al utilizar las redes sociales como medio de expresión.

El escrache es el punto donde se desdibuja el límite entre la libre expresión en las redes, y la calumnia. La línea es fina, muy fina. Pero además es uno de los puntos donde se entrecruzan la Psicología y el Derecho, para responder a la pregunta por el daño moral emergente. El menoscabo sufrido, siendo inocente de aquello por lo cuál se lo denuncia públicamente.

¿Quién atiende al daño moral padecido por una persona, que hoy sale a trabajar como cada día, conduciendo su taxi, y mañana se despierta siendo víctima de acusaciones falsas, que atentan contra su imágen social, su fama, su honor, su reputación, en fin, su dignidad?

¿Quién pagará las costos? Alguien debe pagar. En esta vida nada es gratis.

Romper. Destruir. Aplastar. Deseo que como sociedad reflexionemos. "Rompe, paga" resuena el dicho popular. Es injusto que no pague el que rompe. Únicamente en el reino del revés paga es que es roto. Y si el que rompe no paga, significa que no hay consecuencias para nuestros actos. Significa que en definitiva pagamos todos. Cuando permitimos que siga sucediendo, todos pagamos el costo de una sociedad en abrupta decadencia. Una sociedad que se rompe, se aplasta y se destruye a sí misma.