Tenemos la idea falsa de que el “estrés” es siempre negativo o patológico. Sin embargo eso no es así. Considerar al “estrés” como una enfermedad es un mito reduccionista ya que existen diferentes tipos y cada uno está asociado a una circunstancia diferente, que no siempre es negativa.

En muchas oportunidades el estrés se desencadena a raíz de algo positivo y no siempre sus consecuencias son negativas.

Parecería que en esta sociedad que vivimos, el estrés es el villano que provoca todos los  malestares en forma permanente. Ocupa el puesto number one en las causas de malestar con origen “desconocido”.

Es verdad que existe un “estrés negativo”, pero no es el único. Se pueden diferenciar dos tipos de estrés: el eustrés y distrés.

“Se denomina distrés o estrés negativo a la respuesta que una persona tiene ante una situación que lo supera”. Este tipo de estrés produce cansancio, fatiga y desgaste psicológico. Siendo el estrés más popular, resulta muy perjudicial para la salud, tanto física como mental y espiritual. Este tipo de estrés suele surgir a raíz de en situaciones tales como un conflicto o una gran carga de trabajo.

Por otra parte, “se denomina eustrés o estrés positivo a la respuesta que surge de modo natural en las personas cuando responden a una situación que requiere una activación y un esfuerzo elevado para ser resueltas. Se trata de un proceso de activación natural que es necesario a nivel biológico para adaptarse a diferentes situaciones vitales”. Este tipo de estrés es el que aparece en situaciones como estudiar para un examen o realizar una actividad laboral de mayor esfuerzo cuya duración es limitada. El eustrés, se percibe como una sensación de prisa o premura que activa a las personas y que las hace más eficaces en la resolución de la situación.

Si deseamos estar capacitados para afrontar situaciones difíciles, deberemos experimentar el eutrés. Seguramente, en situaciones de apremio, utilizaremos más recursos y, como resultado positivo observaremos que hemos superado una situación difícil, lo cual aumentará nuestra estima personal y el reconocimiento de un cúmulo de competencias emocionales que tal vez, no reconocíamos como capital personal.

A diario, la mayoría de las personas experimentan el “estrés”; sin embargo, debemos reconocer que esto no siempre se trata de una patología.

¿Cuándo el estrés se torna patológico?

El estrés se vuelve patológico cuando repercute tanto en el estado de salud física como mental.

Algunos indicadores de estrés que pueden ser perjudiciales:

      A nivel físico: opresión en el pecho, malestar estomacal, dolor de cabeza, sudoración en manos  palpitaciones, dificultad para tragar o para respirar, sequedad de boca, temblor corporal, manos y pies fríos, tensión muscular en la cervical, tensión arterial alta, falta o aumento de apetito, diarrea o estreñimiento y/o fatiga.

      A nivel emocional: inquietud, nerviosismo, ansiedad, temor, angustia, cansancio, deseos de llorar y/o un nudo en la garganta, irritabilidad, preocupación constante, sensación de que la situación nos supera, dificultad para tomar decisiones, dificultad para concentrarse, disminución de la memoria, lentitud de pensamientos y/o cambios de humor constantes.

La situación inédita que estamos viviendo como planeta, dejan de manifiesto las aptitudes y actitudes que cada persona tiene para superar este momento crítico. Lo cierto es que sabiendo las consecuencias que trae cada “estrés”, será una buena decisión optar, en todo caso, por el “eutrés”, saliendo fortalecido de ésta prueba, con mayor fortaleza interior y ánimo; alentados y listos para superar cada desafío en lo cotidiano.

Lorena S. Leiva

Prof. en Ciencias de la Educación.