En la terminología del filósofo clásico Platón, “episteme” significa conocimiento en tanto "conocimiento justificado como verdad" a diferencia del término "doxa" que se refiere a la creencia común o mera opinión.
Existen ámbitos donde la opinión fluye por parte de sus participantes y es bienvenida. Por ejemplo, en una reunión informal de amigos donde el diálogo invita a la interacción de subjetividades y la comunicación se torna una extraordinaria y encarnizada conversación. Por el contrario, en ámbitos donde el conocimiento científico debe ser respetado, no hay lugar para especulaciones.
Básicamente el pensamiento podría ser dirigido por fuentes de “opiniones” y “conocimientos científicos”, en otras palabras: subjetividades o verdades irrefutables.
Vivimos en una época en la que de igual manera que un líquido adquiere la forma del recipiente que ocupa, así parece ser que el pensamiento se “acomoda” al interlocutor. Osea, está de moda “decir lo que el otro quiere escuchar”. Como lo expresara el sociólogo Z. Bauman: “Hoy la mayor preocupación de nuestra vida social e individual es cómo prevenir que las cosas se queden fijas, que sean tan sólidas que no puedan cambiar en el futuro. No creemos que haya soluciones definitivas y no sólo eso: no nos gustan”.
Que no gusten las cosas definitivas, nos posiciona sobre la base de la inestabilidad permanente y una relación flexible y superflua con lo que nos rodea: lo material y lo humano. Así, el “relativismo” se convierte en soberano. Sin embargo, la condición humana requiere de ciertos pilares o principios fundantes sobre los cuales pueda erguirse o sostenerse. Un ejemplo de ello es el amor, la mirada afecto en los primeros días de vida de todo sujeto constituye en pilar fundante de su identidad. Podríamos decir, que incluso, se arquitecta sobre esa mirada, sobre el amor.
En la coyuntura histórica que vivimos como humanidad la pulseada de los principios que regulan las relaciones interpersonales la gana la “doxa”. En nombre del derecho a opinar también se pueden decir barbaridades que no pasan ningún filtro.
Doxóforos existen en todos los ámbitos. Por ejemplo, y muy desafortunadamente, en la educación, donde se evidencia con la imposición de posturas ridículas contrapuestas al saber científico.
En Formación Docente, en los profesorados se trata de aproximarse al concepto de “educación”, “procesos de enseñanza-aprendizaje”, “pedagogía”, “didáctica”. “curriculum” y otras categorías y conceptos relevantes que servirán como hoja de ruta en las prácticas pedagógicas. Lo cierto es que ninguno de estos componentes de la educación se definen desde una mirada subjetiva. Es decir, no existen tantas terminologías como estudiantes del profesorado. Se escuchan las posturas, pero finalmente, existen definiciones de las cuales se apropian los futuros docentes. Una de las definiciones respecto de los “saberes” que se enseñan o construyen en la escuela es el “científico”. Cualquier profesor que enseñe “potenciación” explicará en definitiva que “el exponente indica la cantidad de veces que se multiplicará la base”.
¿Cuáles son los riesgos que se corren cuando nos convertimos en doxóforos?
Escuchar y aceptar las opiniones, sin base científica resulta enriquecedor y ameno, despierta en gran medida la imaginación y permite acceder a nuevas investigaciones y desafíos para el conocimiento científico. El problema aparece cuando se que disfrazar a la opinión de cientificidad. No todo lo que piensa un particular, porque vaya y lo patente, es cierto.
En los ámbitos educativos esta actitud puede ser muy destructora. Con la arrasadora moda de “de-construir” estamos privándonos de “construir” primero. En otras palabras queremos volver a construir algo que ni siquiera está construido. Lo arruinamos antes de que sea por proceso natural. Esto es lo que sucede con la ideología de género, por ejemplo. Los niños no tienen ningún problema con su sexo, hasta el momento que llegan los adultos para tratar de confundirlos y “enseñarles” que pueden ser algo que no son. Sería diferente si alguien que ya tiene cierta edad y ha vivido suficientes experiencias, decide que no es lo que es. Eso es respetable porque forma parte de las decisiones de los hombres y cada uno tiene derecho a elegir desde su propia voluntad y basado en los aspectos, lógicos, emocionales y espirituales de cada sujeto.
El riesgo más devastador que se avecina si caemos en la mera opinión es que la educación se convierta en un reality del reconocido programa de televisión “Sin codificar” en su segmento: “Hablemos sin saber”.
A la mundialmente reconocida frase de Nelson Mandela: “La educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo”, también se la aprendieron de memoria los grupos, que escondidos detrás del “socialismo”, nombre atenuante de sus desopilantes planes de imposición de un nuevo orden mundial, quieren adoctrinar a las masas con estrategias pedagógicas perversas.
Por ello, la necesidad inminente que tienen de “rebajar” a como de lugar el conocimiento científico. Incluso se atreven al imposible: refutar la condición
biológica del ser humano. Esta actitud da la pauta que la opinión es fuerte, tal vez más fuerte cuando la manipulación cultural encuentra un escenario como el actual. Un escenario en el cual los actores no conocen la obra completa, se montan simplemente a la ola, sin saber el detrás de escena, sin reconocer quiénes financian la puesta en escena que llevan a cabo, ignorando aún el argumento y los destinatarios de la misma.
Sería una estupidez (se dice utopía) pensar que podemos ponernos de acuerdo como seres humanos. Tampoco se puede anhelar que se respeten los derechos de los demás. Aún no lo logramos y ya pasamos de la era de la piedra a la de la informática. Pienso que podríamos quitarnos el lente del ego que observa sólo el metro cuadrado propio y tratar de comprender este mundo como uno para que el amor no sea la bandera más levantada y más pisoteada al mismo tiempo.
Lorena Leiva
Prof. en Ciencias de la Educación