Sísifo es uno de los personajes más interesantes de la mitología griega. Vencedor de la Muerte, amante incondicional de la vida, Sísifo engañó a los dioses para escapar de los Infiernos y por ello fue condenado por Zeus a un castigo cruel por toda la eternidad: debía subir a fuerza de brazos una gran piedra hasta una cumbre del inframundo. Pero cada vez que el desdichado llegaba a la cima, la roca se le escapaba de las manos y rodaba por la ladera hasta abajo. No le quedaba otro remedio que descender y recomenzar su esfuerzo, sabiendo que nunca sería coronado por el éxito.
A diario, el ser humano se hunde en una lucha indefinida y que ya ha comenzado en innumerables oportunidades, sin embargo no logra vencer, es como si viviese la condena de esforzarse sabiendo que nunca alcanzará el objetivo. Algunos sucumben ante el hartazgo y desisten, otros continúan en la rotación del fracaso por tiempo indeterminado.
¿Por qué se lucha y no se vence jamás?
Cuando se persigue un objetivo, existe una motivación. Pero cuando la motivación sea incorrecta, el proceso será absurdo. ¿Qué significa “motivación correcta”?. Cuando lo que moviliza al ser humano es el egoísmo, ciertamente; tarde o temprano, el esfuerzo habrá sido en vano. Cuando parezca que ya ha alcanzado lo que deseaba, se dará cuenta que no es así. El mito de Sísifo logra ilustrar con asombrosa similitud los procesos absurdos de esfuerzos humanos para lograr metas basadas en el egoísmo.
Cuando lo que motiva a los hombres es el egoísmo, no existe “coronación”. En otras palabras, el egoísmo, jamás desembarca en la playa de la satisfacción personal. Por eso el ser humano debe comprender que no existe un “llegar”, sino un “llegamos” y desafiarse a actuar en consecuencia.
La lucha indefinidamente recomenzada, originada en la actitud de anteponer los intereses propios está inscripta en el ADN del ser humano. El egoísmo inherente en las personas, los introduce a una eterna rotación de pesadilla, simbolizando el absurdo de una búsqueda sin esperanza. Las personas viven particularidades que las hacen únicas e irrepetibles, como sus marcas digitales, pero no están diseñadas para vivir solas, están configuradas físicas, emocional y espiritualmente para interactuar con otros. Esa red de relaciones interpersonales debe estar regulada por la conciencia del valor propio y de los demás, en suma de la dignidad de cada ser humano.
Vivir pensando en los intereses de uno mismo es enfilarse en la lista de aquellos que viven una vida sin sentido, como el personaje mítico, en el rulo recursivo de la insatisfacción.
El egoísmo propicia, entre otros males, enfrentamientos, desesperanza, enojo, angustia, tristeza y variadas frustraciones y desengaños.
¿Cómo detener la actitud egoísta?
Sin dejar de lado la importancia de amarse a uno mismo y desear el bienestar personal, también se debe tomar conciencia del prójimo y sus intereses. La sociedad actual se va de tema con la exaltación del “ego”. Ni hablar de los modelos de competitividad que se generan en los niños desde el minuto cero. No ha nacido y ya lo “cargaron” con tantas metas por alcanzar, “por su propio bien”.
Una palabra que describe la actitud que se podría contraponer al egoísmo y ayudaría a contrarrestarlo es “altruismo”. Anteponer el bienestar propio por el ajeno no es una actitud que observamos a menudo. Por ello estamos rodeados del discurso manipulador que persigue bienestar personal a costa de cualquier precio, donde el fin justifica medios.
El altruismo invita a vivir de manera desinteresada para alcanzar el bienestar de otro, muchas veces a costa del propio bienestar. Este modo abnegado de vivir, es un camino que muy pocas personas se atreven a transitarlo, de hecho, existen muy pocas personas tan brillantes que logren desprenderse de su egocentrismo.
Existe una incalculable cantidad de “Sísifos” que precisan que alguien los ayude a llevar la roca hasta la cima. Animarse a soltar la roca propia y llegar con otro es mejor que volver a comenzar con la lucha absurda, inalcanzable y eterna de no llegar a ningún lado. Porque en definitiva, llegar solos no es llegar, llegar es cuando otro llega con nuestra ayuda.
Lorena Leiva
Prof. en Ciencias de la Educación.